Rubén Ardila | Universidad Nacional de Colombia
Para los países del mundo en desarrollo, la catástrofe nuclear también tendría graves consecuencias, aunque no poseamos armas nucleares. Se llegaría a situaciones indescriptibles de malestar social, destrucción, pobreza extrema y crisis psicológicas de gran magnitud.

La reciente invasión de Rusia a Ucrania, con todas sus consecuencias para el mundo de nuestros días, ha producido numerosos efectos no solo en Europa sino a nivel global. Latinoamérica ha sido afectada en muchas formas incluyendo el nivel económico, político, y obviamente el psicológico.
La posibilidad de una guerra nuclear ha estado con nosotros desde finales de la II Guerra Mundial, cuando las primeras bombas atómicas se lanzaron sobre Hiroshima y Nagasaki (agosto 6 y 9 de 1945, respectivamente). Ha sido una “espada de Damocles”, una terrible amenaza para la civilización, para la humanidad y para los logros más importantes que hemos alcanzado a lo largo de la historia. Una guerra nuclear entre las superpotencias nos haría regresar a la Edad de Piedra, al “doloroso pasado de nuestra especie” que describió en otro contexto el filósofo Thomas Hobbes (1588-1679)
En la década de 1940 cuando se le preguntó a Albert Einstein con qué armas creía él que se lucharía en la III Guerra Mundial, afirmó: “No sé con qué armas se luchará en la III Guerra Mundial, pero en la IV se luchará con palos y piedras” (véase The Berkshire Eagle, “Stone age forecast made by Einstein”. Marzo 18 de 1948)
Una de las consecuencias de estos temores a una catástrofe nuclear ha sido que las naciones desarrollen armamentos atómicos, y en la actualidad el arsenal nuclear es muy grande en países como Estados Unidos, Rusia, China, Corea del Norte, Francia, Reino Unido, India, Paquistán, e Israel.
Para los países del mundo en desarrollo, la catástrofe nuclear también tendría graves consecuencias, aunque no poseamos armas nucleares. Se llegaría a situaciones indescriptibles de malestar social, destrucción, pobreza extrema y crisis psicológicas de gran magnitud.
En varias ocasiones el mundo ha estado al borde de una guerra nuclear. Una de ellas tuvo lugar entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética a mediados de la década de 1980. Fue una época de enorme tensión a nivel planetario. Los efectos se hicieron sentir en Colombia, como era lógico, al igual que en muchas otras naciones. En esa ocasión yo realicé una investigación que tiene relevancia en nuestros días, y que buscaba responder a la pregunta de qué impacto tenía la amenaza de una guerra nuclear en los niños y adolescentes colombianos. Si los niños y los jóvenes creían que iba a llegar una guerra atómica, cómo iba a suceder, y si valía la pena seguir viviendo, estudiando y haciendo planes para el futuro, teniendo la creencia de que el fin era inevitable.
En mi investigación trabajé con 400 niños entre los 7 y los 8 años edad y con 400 adolescentes entre los 17 y los 18 años, de tres niveles socioeconómicos, bajo, medio y alto. A los 800 participantes se les aplicó un cuestionario especialmente diseñado para la investigación, que se estandarizó y además se probó en un estudio piloto previo. Al final se realizaron algunas entrevistas en profundidad, de respuesta abierta pero centrada en el riesgo de una guerra nuclear.
El cuestionario indagaba temas como los siguientes: ¿Qué asocia usted con la palabra “nuclear”? ¿Piensa acerca de la guerra nuclear? ¿Los eventos recientes acerca de una posible guerra nuclear han afectado sus ideas acerca del problema? ¿Cree usted que durante su vida tendrá lugar una guerra nuclear? ¿Es posible evitar una guerra nuclear? ¿De ser posible, le gustaría sobrevivir a una guerra nuclear? ¿Cuál de los siguientes problemas considera más importante, la posibilidad de una guerra nuclear o la crisis económica de Colombia? Y otras preguntas similares.
Los resultados indican que los niños y adolescentes del país estaban profundamente preocupados con la posibilidad de una guerra nuclear, pensaban en el tema, leían al respecto, en muchos casos creían que no tenían un futuro por la amenaza nuclear. Muchos temían que durante su vida tendría lugar una guerra nuclear, y esto era más frecuente entre los adolescentes que entre los niños, y más en participantes de nivel socioeconómico alto que bajo.
La investigación se publicó para una audiencia internacional. La síntesis del trabajo se publicó en el International Journal of Mental Health (Ardila, 1987). También se publicó una versión ampliada en forma de libro (Ardila, 1986).
Esta investigación encontró que la amenaza de una guerra nuclear era un asunto vital y permanente para los niños y adolescentes colombianos de hace unas décadas. Posiblemente en nuestros días esas preocupaciones sean aún mayores. En los medios masivos de comunicación (periódicos, TV y otros) se menciona a diario el riesgo de una conflagración nuclear, en este caso con involucración de numerosos países y con consecuencias de gran magnitud. Es importante señalar que la guerra entre Rusia y Ucrania se conoce en tiempo real, en vivo y en directo, lo cual la hace mucho más impactante.
El temor es que se cumpla la afirmación de Einstein, y que después de la III Guerra Mundial ( si no podemos evitarla), cuando nos encontremos en medio de la IV Guerra Mundial, estemos luchando con piedras y palos, arcos y flechas. Habremos regresado al doloroso pasado de nuestra especie.
Referencias
Ardila, R. (1986). Impacto psicológico de la Guerra nuclear. Bogotá: Editorial Catálogo científico.
Ardila, R. (1987). The psychological impact of the nuclear threat on the Third World: The case of Colombia. International Journal of Mental Health, 15 (1-2), 162-171.

Rubén Ardila
Rubén Ardila es psicólogo de la Universidad Nacional de Colombia y Ph.D. en Psicología Experimental de la University of Nebraska-Lincoln en Estados Unidos. Ha realizado investigaciones en análisis del comportamiento, historia de la ciencia, psicobiología y aplicaciones de la psicología al desarrollo socio-económico de los pueblos. Fue profesor en los programas de psicología de la Universidad Nacional de Colombia, de la Universidad de Los Andes y de la Universidad Santo Tomás. También ha sido profesor visitante en Alemania, Estados Unidos, Puerto Rico, España y Argentina, entre otros países. Es el fundador del programa de Psicología de la Universidad de los Andes, de la Revista Latinoamericana de Psicología (RLP) y de la revista Avances en Psicología Latinoamericana (APL). Fue presidente de la Sociedad Interamericana de Psicología (SIP), de la Sociedad Colombiana de Psicología, de la Asociación Latinoamericana de Análisis y Modificación del Comportamiento (ALAMOC) y de la International Society for Comparative Psychology (ISCP). Es reconocido internacionalmente como uno de los principales promotores de la psicología latinoamericana en el mundo.